El pastor de las equivocaciones llegó al Muna

Coincidiendo con el vigésimo aniversario luctuoso del poeta Roberto Armijo, desde el pasado 22 de marzo se exhibe en el Museo Nacional de Antropología Dr. David J. Guzmán (MUNA), una muestra temporal bajo el título “Del Sena al Lempa. Roberto Armijo, el poeta”. 

Se trata de un trabajo preparado por la investigadora Liuba Morán, del equipo del museo, sobre este gran escritor chalateco que vivió en Francia. 

Aunque esencialmente poeta, como bien se plasma en el título de la exhibición, la producción literaria de Armijo incluye también narrativa, ensayo y teatro. 

Su poesía amorosa es de una factura exquisita, misma que además comparte con el tema del desarraigo y de la guerra. 
Destaco entre sus publicaciones los poemarios "El pastor de las equivocaciones" y "Cuando se enciendan las lámparas", así como su novela "El asma de Leviatán". Eso y más aparece recogido en un volumen antológico incluido en la colección Orígenes de la editorial estatal DPI.  

Su pluma es un puente maravilloso que nos lleva en tránsito por el terruño natal, la ciudad cosmopolita que lo adopta y la nostalgia típica de los expatriados; es cautivadora la manera como recuerda al terruño lejano y abatido por la guerra. 

Además, con una formación privilegiada es el gran ensayista de su tiempo. Llegó como exiliado a Francia y se insertó al mundo académico como docente universitario. Justamente, la muestra posibilita un acercamiento a ambas etapas del escritor, en el país y en Francia.

Creo que Armijo es un gigante todavía poco conocido y que hemos sido absolutamente injustos con su figura y lo que su intelectualidad representa en el mundo cultural del siglo 20. 

Por eso la exposición, que se mantendrá abierta hasta el 31 de agosto del año en curso, es un esfuerzo que aplaudo mucho y, aclaro, que me emociona a nivel personal, desde mi muy particular enfoque e interés.

Cierro la nota con uno de sus versos:


Embriaguez

Sólo son los ángeles

del vino que estrujan sus esponjas
y nos llevan a instantáneos laberintos
donde arden las lumbradas del vómito.
Sólo es el vacío,
lo inasible que nos besa los ojos
siluetas de ceniza que nos beben por instantes la tristeza.
Sólo es la sorpresa,
el júbilo;
después la soledad,
el horror que nos besa la piel,
que es latido en los cabellos,
que se nos mete en los trajes,
en la cartera,
en los zapatos.
Nieblas que nos invaden el alba
y nos vuelven tristes,
con una sensación que llega y no se sabe
si es tristeza…

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